Somos ciudadanos romanos por Guillermo Altares
En la escena más famosa de La vida de Brian, el jefe de los revolucionarios pregunta en voz alta durante una arenga en contra de los ocupantes: "¿Qué han hecho los romanos por nosotros?". Ante lo que una voz tímida responde: "El acueducto". "El alcantarillado", agrega otro. "¿Os acordáis de cómo olía esto antes?". "Las carreteras, la irrigación, la enseñanza, los baños públicos, la ley y el orden, el vino" se van sumando. Y el revolucionario sentencia: "De acuerdo, pero aparte del acueducto, el alcantarillado, las carreteras, la irrigación, el vino, la enseñanza, el orden público, las carreteras... ¿Qué han hecho los romanos por nosotros?". En realidad, todos somos ciudadanos romanos: la influencia que ha tenido el Imperio sobre nuestras vidas, desde la lengua hasta el derecho o la organización social, es inmensa. Y de todos los periodos de Roma el que ha sido retratado más veces, desde en series de televisión hasta en novelas y películas pasando por el mismísimo Shakespeare ("Sin embargo Bruto es un hombre honrado"), es el final de la República, desde la toma de poder por parte de Julio César hasta los emperadores que siguieron a Augusto: Tiberio, Calígula, Claudio y Nerón. Ahora que se acercan, amenazantes como cada año, los Idus de Marzo en los que César fue asesinado, es un buen momento para leer un libro precioso que acaba de sacar Crítica: El siglo de Augusto, de Pierre Grimal.
Este imenso historiador francés, fallecido en París en 1996 a los 84 años, fue uno de los mayores expertos europeos en el mundo romano y es autor también de un gran diccionario de mitos griegos y de un precioso libro sobre Roma, Le voyage a Rome. En el ISBN figuran 45 títulos suyos, de los cuales muchos están disponibles: los ensayos La civilización romana (Paidós), El imperio romano (Crítica), Mitología (RBA), Diccionario de la mitología griega y romana (Paidós) o la novela Memorias de Agripina (Edhasa). Alumno de la Escuela Normal Superior --una de las más importantes facultades de letras del mundo--, fue profesor de la Sorbona durante casi 30 años, traductor de los clásicos, pero fue sobre todo un ensayista ameno y eficaz, como demuestra El siglo de Augusto (traducido por Manuel Pereira).
En este breve ensayo de apenas 100 páginas, repasa uno de esos momentos cruciales de la humanidad, cuando el heredero de Julio César, Augusto, el nombre imperial que tomó el joven Octavio (el que aperece tan bien retratado en la serie Roma), se hace con el poder tras las guerras civiles e inaugura una época de paz pero también de dictadura, que llevaría al trono a una saga de emperadores degenerados de los que sólo se salva Claudio, un momento que retrató magistralmente Robert Graves.
Gracias al talento narrativo de Grimal, es un libro que supera los hechos que cuenta, que ya de por sí son apasionantes, para llenarse de personajes y de reflexiones sobre la propia historia. "Ninguna opresión construye nada que sea duradero y es el prisionero quien siempre tiene razón frente al carcelero. Augusto supo proporcionar a ese mundo a la deriva no tanto un nuevo sistema como una nueva justificación de cuanto en el antiguo sistema seguía siendo viable", escribe en una frase que, leída con el prisma de lo que ocurre ahora en el mundo árabe, resulta especialmente interesante. Su descripción de Mecenas, el amigo y compañero de Augusto que ha dado su nombre al mecenazgo, es emocionante: "Por su madre descendía de una familia real de Etruria. El Reino de sus antepasados ya no existía, Aretium, su ciudad, no era más que un municipio romano como los demás; sin embargo, no por eso, Mecenas debajaba de conservar un alma real. Profundamente aristócrata, se complacía en escribir pequeños poemas herméticos".
Para neutralizar los malos augurios que arrastran los Idus de Marzo --título de la novela canónica de Thornton Wilder, editada por Alianza, sobre el asesinato de César--, pero también para comprendernos a nosotros mismos, para tratar escrutar un pasado lejano que sin embargo permanece en nuestra memoria colectiva y en nuestra vida, pero sobre todo para pasar un agradable rato de lectura, volver a Pierre Grimal siempre es una buena cosa. Ya se sabe: Civis romanus sum.
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