«Éstos son malos tiempos para el humanismo, vivimos la obsesión del presente»
Carlos García Gual, Catedrático de Filología Clásica de la Universidad Complutense de Madrid: «Ahora se piensa que educar es sólo enseñar destrezas y se descuida algo tan importante como es la formación en la cultura»
A través de muchos de los numerosos libros de Carlos García Gual (Palma de Mallorca, 1943) resulta fácil reencontrarse con algo que forma parte de nosotros aunque lo ignoremos. La cercanía que este catedrático de Filología Clásica de la Universidad Complutense mantiene con los maestros griegos y latinos se transforma para sus lectores en una sensación de familiaridad, de reconocimiento del mundo del que procedemos y con el que conservamos vínculos estrechos, aunque «estos malos tiempos» no favorezcan saber de ellos.
El autor de «Mitos, viajes y héroes», «Los siete sabios (y tres más)» o «La secta del perro» participó en Oviedo en las vigésimas Jornadas de Filología Clásica, donde habló de Diógenes de Enoanda, un viejo epicúreo con quien quizá lo una el convencimiento de que la felicidad reside en una cierta autonomía personal y que conviene buscar la tranquilidad más allá del fragor de la vida diaria.
-¿Podríamos decir que tenemos dos patrias comunes: una biológica, que sería África, y la otra cultural, que es Grecia?
-Creo que sí. En lo que respecta a la Cultura con mayúsculas, la gran  tradición europea en la que estamos inmersos tiene sus raíces en Grecia,  no sólo en la filosofía, sino también en la literatura e incluso en los  mitos.
-¿Cuáles son los contrastes entre el mundo crecido al amparo de esa tradición y el resto?
-Conocemos otras culturas distintas de las que tienen su arraigo en  Grecia como puede ser la de China, la India o ciertas culturas  africanas. Estamos abiertos a ellas, pero nuestra gran tradición es la  de Europa y la civilización básica, la que ha conquistado el mundo es la  que tiene sus raíces en lo griego, en el desarrollo de la ciencia, en  la Ilustración, en la democracia. No podemos olvidar esa raíz sin dejar  de estar abiertos a otras culturas.
-¿Somos entonces un desarrollo, una prolongación de lo griego?
-Sí en lo que respecta a la cultura del pensamiento y en el origen de la  democracia, de la religiosidad y de ciertas formas de vida. Hay que  decir, sin embargo, que el desarrollo de la ciencia y la tecnología va  mucho más allá de los orígenes griegos, han hecho progresos enormes  desde el siglo XVI y, sobre todo, en el siglo XX. Si pensamos en  medicina, en astrofísica, bioquímica, son cosas que los griegos no  conocieron. Pero lo que es la cultura más literaria, la de las grandes  ideas, la de la manera de sentir, tienen todavía gran fundamento en el  mundo griego y, por descontado, latino.
-¿Quizá por eso Grecia sigue despertando una fascinación, la atracción que provoca todo origen?
-El mundo antiguo despierta en nosotros una simpatía familiar que no  tienen otras culturas, como puede ser el mundo asiático o el de los  indígenas americanos. Los dioses aztecas, los incas o el budismo no  tienen en nuestra sensibilidad la repercusión familiar de los griegos.  Hay aspectos de Grecia más lejanos, como es la mitología, pero  despiertan esa fascinación. Con los griegos y con el mundo latino o  romano nos sentimos mucho más en casa, vemos que venimos de ahí.
-Dice Pierre Grimal que uno de los grandes cambios de la humanidad  ocurrió el día en que los griegos conquistados enseñaron a cenar a sus  conquistadores, los romanos.
-Los romanos siempre se reconocieron herederos de los griegos en la  cultura. Es eso que decía Horacio, y otros, de que los vencedores había  sido sometidos por la cultura de los vencidos. El imperio romano se  impuso en todo el Mediterráneo, pero las grandes ideas, la filosofía,  las artes... siguieron teniendo esos acentos griegos y los romanos eran  conscientes de dónde procedía todo eso. De la misma manera que el  humanismo europeo, en el Renacimiento, era también consciente de su  deuda con esos antiguos.
-Lo que son los vaivenes de la historia: hay que ver lo que fue Grecia en el pasado y lo que representa hoy como país.
-Es verdad. Lo que nosotros consideramos el humanismo clásico es sobre  todo una idealización del pasado antiguo. En ese sentido, los griegos  modernos están respecto de los antiguos a la misma distancia que  nosotros. Hemos heredado las mismas ideas, las mismas figuras ideales,  la misma gran literatura. Tenemos una herencia común enriquecida por la  gran tradición humanista. Nuestra visión de Platón o de Aristóteles o  del mismo cristianismo se ha ido enriqueciendo con el tiempo.
-Si los clásicos nos pusieron ya ante lo que es la esencia de lo humano ¿qué queda para los que vienen detrás?
-No hay que exagerar en la visión de los clásicos. Son un ideal y un  acicate. Están en ellos muchas de las grandes ideas y temas de nuestra  civilización, pero sería absurdo, una fosilización, la visión de los  clásicos como algo perfecto. Los clásicos son un estímulo para avanzar  en la cultura. La ilustración es una reflexión sobre los temas antiguos,  pero va más allá. La democracia nuestra tiene fundamentos en Grecia  pero, evidentemente, en el mundo griego no era lo mismo, había  esclavitud, la mujer estaba sometida. No podemos obviar el progreso. La  grandeza de los griegos es ese impulso a examinar la realidad, a dudar, a  reflexionar y que la filosofía sea un invento griego resulta muy  significativo.
-En la enseñanza, los clásicos están en retroceso.
-Son malos tiempos para el humanismo, para la visión de una educación  basada en la cultura antigua o tradicional. Vivimos en un mundo  demasiado obsesionado por el presente, lleno de imágenes mediáticas, de  una impresionante trivialización y vulgaridad. Todo eso va en contra de  una educación basada en los valores antiguos. Es lamentable que la  cultura de masas, la que impera, haya dejado atrás esa reflexión, ese  mundo de pensamiento, de belleza, de grandes ideales por el cual podemos  sentir una cierta nostalgia. Hay una tendencia general a la  vulgarización y a la mediocridad, pero en esto existe una gran  responsabilidad por parte de los gobiernos. Piensan que educar sólo  consiste en formar en destrezas, en lo rentable y en lo inmediato y se  descuida algo tan importante como es la formación en la cultura. Hay una  gran crisis de los ideales humanísticos como resultado de esa cesión a  las tendencias mediáticas y de masas y de la dejación por parte de los  gobiernos que nos les interesa el pensamiento de los individuos, sino la  rentabilidad económica a corto plazo.
-Ese abandono sí que es un cambio de civilización.
-La cultura clásica siempre ha estado vinculada a las élites, de la  gente más formada. Pero es triste que ahora que la educación puede  llegar a todo el mundo se abandonen los grandes ideales educativos que  requieren esfuerzo y tiempo. Hay que lamentar que la vida se haya  convertido en algo tan masificado y entregado a la trivialidad.
-Entonces, ¿en manos de quién queda la supervivencia de las disciplinas clásicas?
-Pese a todo no faltan los entusiastas del mundo antiguo. Mi experiencia  de muchos años me muestra que los estudiantes que tienen trato con ese  ámbito terminan atraídos por él. Hay quien siente una pasión por ese  mundo que antes hemos sentido otros. Mientras se mantengan esos reductos  y se permitan unos ciertos márgenes de libertad para escoger hay que  confiar en esos resquicios de libertad. El griego, el latín, el  humanismo en general, son atractivos, una fuente de placer y felicidad y  de formación para quienes se acerquen a ellos.
-¿El mundo está gobernado hoy por los cínicos?
-Los que gobiernan son unos políticos mediocres interesados en conservar  el poder mediante el halago de las capas más amplias de la población.  No llegan a cínicos, son más bien aprovechados y abonados a lo que  suponen que les gusta a la mayoría, carecen de grandes ideas y se dejan  arrastrar por la corriente. En esta sociedad domina el gusto por lo  cómodo, lo barato, la moda. Quizás haya un cierto cinismo en el sentido  más amplio de la palabra, en la renuncia a los ideales y a la  preocupación por educar en una cultura crítica. Y esto es extensivo a la  ciencias. A los políticos tampoco les interesa la ciencia auténtica,  sino la ciencia rentable. De alguna manera son cínicos, pero no esos  cínicos atrevidos y escandalosos del mundo antiguo. Son cínicos porque  se dejan llevar por el gusto de la mayoría.
-De lo que sí estamos sobrados, en conjunto, es de mucho estoicismo, con la que está cayendo lo soportamos todo.
-Son malos tiempos porque han fracasado las revoluciones, las utopías y  hay un sentimiento de resignación. La salvación tiene que ser  individual, hay que estimular la crítica y buscar los resquicios para  enfrentarse a esa vulgaridad y trivialidad de la vida. Los políticos no  se interesan por una educación de calidad ni arriesgan nada por la  felicidad de los individuos.
-En pocos momentos se habrá escuchado un vocablo con tantas resonancias griegas como crisis.
-La crisis nos lleva a pensar que la economía es lo fundamental en la  vida y en cierta manera lo es. La pobreza de muchos es algo gravísimo,  pero resulta también muy triste el abandono de una cierta riqueza  cultural e intelectual que está, en principio, hoy más al alcance de  todos que en ningún tiempo. Pensemos en lo fácil que es hoy leer a los  clásicos o en que hay museos espléndidos y accesibles. Eso está ahí. 
 
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